Con una dramaturgia poco común, la versión arroja una mirada muy oportuna sobre el mundo íntimo
de la niñez, misterioso para el adulto y pleno de imaginación, donde todo está
por construirse.
Para los adultos, la infancia es una experiencia lejana. Tarabust, un rumor antes del lenguaje, indaga en aquello que precede al habla, que no es otra cosa que balbuceos sin
sentido. En este significante que no nombra está la clave de la obra.
Deliberadamente,
la dramaturgia evita el relato, toma el riesgo
del silencio y la palabra ausente. A falta de un discurso, encontramos escenas
sin nexo directo, donde el sentido está dado por la metáfora. En esta dimensión ingresan
los personajes: madre, padre e hijo: un niño llamado Eso, cuyo nombre remite a cosa, a objeto apropiado amorosamente, por los padres. Ellos, con “las mejores
intenciones” (a la manera de la versión cinematográfica de los ’90, de Ingmar
Bergman), insisten en el lenguaje. Enuncian normas de manual sobre lo que el
niño puede o no decir. En ocasiones, martillan las palabras con fonética concluyente. A la hora de enseñar, se exageran ex profeso
posturas corporales rígidas, gestos severos y tonos fuertes. Estas escenas
provocan una identidad con el espectador, que en el mejor de los casos, ríe de
sí mismo o como Eso, calla. Mientras tanto, el niño hace lo que puede. Sale por una pequeña puerta, que asimila su
tamaño, y debuta con extrañeza.
Eso es un títere
de manipulación directa, antropomórfico y -desde su apariencia- en formación. Las
manos son muy grandes para su edad, ídem su estrecha nariz, y tiene además, una oreja animal. Indudablemente,
la estética del personaje indica que está en pleno proceso de trasformación:
todo puede cambiar, desde su cuerpo hasta la percepción de la otredad.
Eso
mira el entorno y se inclina por el tamborileo, cuando todavía las palabras no afloran. Hay demasiada marca por fuera de él y se acomoda en su mundo íntimo. Un mundo que sus padres también conocieron, pero no pueden recordar. Por esto llevan vestuario aniñado, aunque de color gris: desgastado y olvidado.
Se los ve inmersos como en un laboratorio, empeñados en hacer las cosas bien.
La versión no hace una crítica hacia su rol de educadores sociales, simplemente
los describe a través de ensayos, frustraciones y aciertos, y desde ahí, propone más de una reflexión.
Las
actuaciones de los intérpretes son convincentes, tanto cuando animan juntos e
individualmente al títere o cuando coexisten todos en un mismo plano. Lejos del objeto, se lucen en una partitura de movimientos metódicos, a la medida de las normas que recitan.
La escenografía para Eso adopta muchas formas. Con un simple giro, la puerta muta en una mesa y es el pequeño retablo para muchas escenas. Otras suceden detrás de tapices finamente bordados.
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➤ Lihuel González
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Resulta muy interesante todo el proceso de investigación elaborado por la dupla artística Fiorentino-Peláez, que se traslada a las texturas de la escenografía, la inclusión de máscaras o grandes cabezas y la música, elementos muy elaborados por donde se articula la metáfora de sentidos.
Para
empezar, la tela es portadora de algunos signos de la niñez: leve y frágil. La cabeza de Eso puede verse como una canasta con flores de colores puros, que metaforizan su fantasía intacta,
terreno que el adulto no puede ver ni palpar. Es de género y señala la levedad
con la que llegó al mundo. Eso lee
libros, proporcionados selectivamente por sus papás, y sus páginas tienen la fragilidad de telas hilvanadas. Es conmovedor ver la tarea de los progenitores al pie de la cama: su
seriedad es tal que no escuchan lo que el balbuceo expresa; no pueden reemplazar
la palabra por el abrazo, tampoco decodificar más allá del sistema
tradicional heredado. Eso es la otra
cara del lenguaje, es la antesala. Sólo necesita tiempo y un ambiente tranquilizador!
La
música dice mucho en todo esto. Un cancionero infantil de fondo, no cesa de
bombardear al pequeño, aun cantada por su propio padre (voz afinada y potente de Carlos Peláez), que lo tortura en la repetición sin pausa. Otro gran señalamiento es la máscara. De burro, la del padre, de pájara, la de la madre. Exponen sus miedos más viscerales: temor a que el niño no aprenda, que no sea apto para volar... La máscara por tanto, es
en esta puesta un recurso potenciador de aquello que no se dice.
Sin
embrago, llega para Eso el momento de experimentar el lenguaje: vacaciones en familia y el primogénito posa para la foto, como el mejor trofeo de la pareja. Un nuevo exceso en la enseñanza para aprender
a nadar y en pocos segundos, el niño lucha por salvar su vida. Nuevamente, la tela cobra en esta animación mucho protagonismo: es el mar a punto de tragarse al pequeño. Entonces, nace la esperada palabra. Y las emociones, en los padres y cuando surge la
emoción, Eso deja de ser objeto para devenir en persona.
Sencillamente, es reparador verlo crecer y nombrar el mundo con el sonido de su imaginación. ⧫
Opinión: muy buena
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TARABUST
Dramaturgia: Daniela Fiorentino y Carlos Peláez
Intérpretes: Daniela Fiorentino y Carlos Peláez
Diseño de máscaras, títeres y
vestuario: Sara Bande
Realización de vestuario y máscaras: Sara Bande
Realización de títeres: Sara Bande y Alejandra Farley
Mecanismo de títeres: Alejandra Farley
Realización de
escenografía: Víctor Salvatore
Diseño de luces: Adrián Cintioli
Diseño gráfico: Juan Francisco Reato
Fotografía: Lihuel González
Edición
musical: Roberto López
Entrenamiento vocal: Magdalena León
Voces de niños:
Francisca Marín y León Marín
Asistencia artística: Lucas Marín
Asistencia general y codirección: Julia Ibarra
Dirección general: Daniela Fiorentino y Carlos Peláez
Hasta el 23 de junio, todos los viernes a las 21 h
Pan y Arte, Casa de Títeres (Boedo 876)