Marcelo
Katz y Martín Joab imaginaron este relato en un bosque patagónico, rodeado de
montañas. Allí está la hostería. Isidro y
Minú, los dueños excéntricos y por
añadidura, hermanos; Simón, un conserje obsesivo y con acento extranjero; Pitman, un mayordomo
fiel y mudo; Lucas, personaje atemporal y misterioso, y un pianista omnipresente
reciben a los huéspedes. Claramente, se les anuncia una reducción de gastos y durante
su estadía, se apela a ahorros de energía eléctrica, una cocina simple y shows
austeros. La gran Beninger ya no ostenta el brillo que la caracterizó dos
décadas atrás. Luce envejecida.
Sólo
siete actores con máscaras, componen a dos clowns y diecisiete personajes que transitan
el espacio. Esta composición corporal es vertiginosa, muy lograda en la sucesión de cambios de vestuario, y obliga al
público a un seguimiento intenso. Pero Beninger es poseedora además, de un secreto
bien guardado y rodeado de aguas.
Los
huéspedes: una pareja de ancianos, una diva ninfómana y una joven ingenua, Nadia,
que llega al lugar en busca de respuestas sobre su pasado; investiga la desaparición de su abuelo, hospedado en la posada cierto tiempo atrás. Indudablemente, el
espectador se encuentra en el territorio de una comedia fantástica, que más tarde, lo remitirá al presente.
El relato, disparatado, está hilvanado por Marcelo Katz, en una dirección de ritmo impecable. La puesta decididamente, invade la cuarta pared, la incluye
con insistencia y buen gusto, para embriagarnos con el lenguaje del clown, el
teatro de máscaras y títeres de sombras, manipulados por los propios
intérpretes –recurso que multiplica ciertos personajes y los jerarquiza-.
Sobre
el final, después de la risa, nos depara la reflexión. La obra habla de
nosotros mismos, de la idiosincrasia argentina, de cierta confusión, de lo perdido, lo que queda;
señala la locura de querer perpetuarse en una existencia eterna y subraya el riesgo: la muerte. Con gran sutileza, Katz se ríe
de esto, como sabe hacerlo: detrás de la máscara, en la mirada de los actores
está el subtexto, y es muy elocuente. Pero además, el maestro del clown, remata la versión con un mensaje menos fantástico y mucho más humano.
En esto, es inevitable para el espectador hacer una lectura política y social
de los tiempos que corren.
Se
lucen los efectos (¡colmados de comicidad!), tallados desde la teatralidad de Xoana
Solferino y Mariano Russo. A través de Diversa y Teasisto, nos muestran el
teatro en el teatro, con gran solvencia. Son naturaleza: rama, viento, cascada,
nieve, lluvia… Ellos (y vuelvo a la apropiación de la platea) también nos
invitan a construir solidariamente, sonidos y aromas, a ¡salir! de la comodidad de la butaca para
compartir el maravilloso juego escénico.
Hay
un gran trabajo actoral que no reconoce cuestiones de género: un actor compone un personaje femenino
y una actriz, uno masculino. Una puesta destacada -especialmente en
la música, el vestuario, la máscara, los mecanismos en altura y la técnica de sombras- envuelve el pulso de este material, distinto y oportuno. ⧫
⬎
Dramaturgia/Martín
Joab, Marcelo Katz
Dirección/Marcelo
Katz
Asistente de
dirección/Brenda Margaretic
Intérpretes/Xoana
Solferino, Alejandra Álvarez, María Carranza, Mariano Russo, Gastón Jeger, Luis
Cagnacci, Eleonora Valdez
Pianista/Alejandro
Salvo
Realización
de vestuario/Elena Faranda
Realización
de máscaras/Alfredo Iriarte, Marcela Alonso
Instalación
de sistemas de altura/Federico Tiglio
Dirección
de sombras/Paula Vidal
Dirección
de arte/Gabriella Gerdelics
Diseño
de iluminación/Pablo Calmet
Coreografía/Valeria
Narváez
Música
original/Diego Vila
Redes
sociales/Julia Katz
Fotografía/Worno (Hernán Wornovitzky)
Fotografía/Worno (Hernán Wornovitzky)
Asesoramiento
en comunicación/Débora Lachter
📅 Viernes, 22:30 h
➥ Espacio
Aguirre / Aguirre
1270, CABA